Las nubes rosas del atardecer
pincelaban como mares
como olas en crestas
y lo terrenal se diluía en nada.
Si acaso temblaba un poco
la cúspide de un pino
o un pájaro rezagado
deba vueltas lento.
Estaba roto el bullicio
y el quehacer
de las horas punzantes
del verano.
Todo el encanto había subido
al altar del crepúsculo
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